Travesías en el Laberinto de lo Inesperado: Escalas para Viajeros de lo Singular

Travesías en el Laberinto de lo Inesperado: Escalas para Viajeros de lo Singular
Creación sacada de la manga de un mago de circuitos, IMAGE BLENDER de NMA

En la inmensidad del cosmos, donde los misterios se despliegan con la sutileza de un elefante realizando un número de ballet en una tienda de cristalería, avanza una silueta cuya elegancia podría compararse con la de un pingüino en patines sobre hielo derretido. Esta entidad, envuelta en el enigma de su propia contradicción, se desliza entre sombras y destellos con la gracia de un felino cazando luces láser en una discoteca de los ochenta. Su tránsito es una narrativa silenciosa, tan vacía como la promesa de un político y tan profunda como un charco en la superficie de Marte. 

Las marcas que deja tras de sí no son precisamente señales de sabiduría eterna, sino más bien grafitis cósmicos, el equivalente universal de un "Juan estuvo aquí", una invitación a los curiosos o aquellos con un apetito por lo peculiar, a seguir su estela. No promete iluminación, excepto quizás la que emana de una lámpara de lava malfuncionante, su existencia es un susurro, un leve estremecimiento en la calma de la noche que sugiere, con un guiño, que hay más en la vida que cumplir con los deberes fiscales y fingir competencia en reuniones de trabajo. 

Con una mirada capaz de atravesar el velo del tiempo, si solo pudiera recordar dónde dejó sus lentes, sugiere una odisea hacia la introspección que a menudo termina en un debate filosófico sobre por qué la pizza sabe mejor a las 3 a.m. Su sonrisa, reminiscencia de un encanto tan antiguo como el arte perdido de rebobinar cintas VHS, incita a los corazones valientes a redescubrir los placeres olvidados, como el casi extinto arte de enviar cartas manuscritas en la era del correo electrónico. 

Su caminar entre los mortales, tan efímero como los propósitos de Año Nuevo de inscribirse en el gimnasio, apenas roza las almas, dejando una impresión tan ligera como la promesa de un político en campaña. Sin pretender enseñar ni guiar, meramente señala hacia la exploración del yo interno, hacia ese constante enigma que es intentar descifrar las instrucciones de montaje de muebles de diseño escandinavo. 

El recorrido de este vagabundo, visible a los ojos mortales como un horizonte lleno de interrogantes y epifanías, es una invitación a un viaje sin fin hacia el centro del ser, donde los destellos de comprensión se entrelazan con la esencia misma de cuestionar por qué, en un universo tan vasto, los calcetines desaparecen en la lavadora. Sus ojos, ventanas a una realidad alternativa donde el café nunca se enfría, y su canto, una melodía capaz de hacer sonreír a una estatua, nos convocan al ritual de encontrar lo divino en lo mundano, en la tranquila revelación de que, tal vez, todo tenga sentido si aprendemos a reír en el momento adecuado. 

Este caminante, dejando tras de sí no más que el eco de sus carcajadas clandestinas, hace de la reflexión un pasajero encubierto en el tren descarrilado de nuestra travesía personal, zigzagueando entre sombras y destellos de neón, como si reflejara ese viaje al centro de una dona de autodescubrimiento. Aquí, un murmullo de reminiscencia, vestido con un traje de gala hecho de retazos de sueños y pesadillas, se nos revela con la gracia inesperada de un yoyo deslizándose escaleras abajo, desentrañando el enigma de nuestra conexión con la esencia primordial de todo ser, que resulta ser tan misterioso como el contenido real de una salchicha. 

Este misterio, listo para ser explorado por aquellos valientes o suficientemente distraídos como para caer en sus profundidades, nos recuerda no olvidar llevar una linterna de alegría – preferentemente una que emita risas en lugar de luz – y la espada del ingenio, que probablemente esté más desafilada que una cuchara. Armados con estos utensilios esenciales, estamos listos para enfrentar la gran aventura de descifrar los rincones más recónditos y sorprendentemente hilarantes de la existencia, es probable que descubramos que el mayor enigma no es el universo en sí, sino por qué seguimos intentando empujar puertas claramente marcadas con la palabra "tirar".

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